Ni premios ni castigos, ¿entonces qué hago para que mi hijo haga caso?
La disciplina positiva nos enseña a poner límites a los niños con respeto, firmeza y amabilidad
- Por qué educar con premios y castigos no funciona a largo plazo
- Las 4 R de las consecuencias de los castigos en los niños
- Disciplina positiva: reflexionando desde el punto de vista de los padres
- Cómo lograr que tu hijo te haga caso y cumpla los límites
Todos los padres y las madres lo hemos escuchado más de una vez: ni premios ni castigos a la hora de educar a los niños. Pero entonces... ¿qué podemos hacer para que nuestros hijos hagan caso y sigan los límites? Desde la disciplina positiva, tratamos de saber más sobre cómo criar de forma consciente, con firmeza para que respeten las normas, pero con mucho amor.
Por qué educar con premios y castigos no funciona a largo plazo
Sin lugar a dudas, los premios y los castigos son dos grandes conocidos y aliados a los estilos más tradicionales de crianza que estamos acostumbrados. Y funcionan, ¡claro que funcionan!
- Si yo le digo a mi hija 'le has pegado a tu hermano, ¡así que te quedas sin jugar a los videojuegos!' seguramente deje de pegarle para intentar revertir ese castigo rápidamente.
- O si le digo a mi hijo 'si te comes toda la comida, mamá te comprará un postre', seguramente coma toda la comida ese día, y quizás si mañana vuelve a quejarse de la verdura, pueda conseguir otro premio al comerla.
Cuando castigamos a nuestros hijos, estamos consiguiendo un efecto a corto plazo; resolvemos el conflicto ahora, imponiendo nuestra autoridad, manipulando la conducta, pero no dejamos ningún aprendizaje positivo a largo plazo, sino todo lo contrario. Además de que solo estamos incidiendo sobre la punta del iceberg, que en este caso sería ese mal comportamiento que vemos, y olvidamos el resto de la masa de hielo que queda por debajo del agua, que no se deja ver, que es mucho más grande, y que lleva en sí, el motivo a modo de sentimiento y/o emoción que ha provocado ese mal comportamiento que nosotros vemos.
Por otra parte, cuando les damos premios en forma de elogios, o de objetos materiales, a cambio de que acaten nuestra orden o modifiquen su conducta a nuestro gusto, lo vivimos como algo más positivo, ya que inmediatamente nos genera a ambas partes sensaciones agradables. Sin embargo, dar un premio es casi tan parecido a imponer un castigo, ya que se trata en ambos casos de que si el niño hace tal cosa, nosotros haremos tal otra.
Además de que en el caso de los premios se les puede generar cierta dependencia y condicionarles a actuar siempre buscando la aprobación o el premio, alejándoles de la autenticidad de su comportamiento y de su sentir, haciéndoles mentir si hace falta, y solo enfocados en la recompensa. O por el contrario, cuando dejen de recibirla, su comportamiento volverá a ser el que no deseábamos.
Las 4 R de las consecuencias de los castigos en los niños
¿Y por qué, si esto siempre 'funcionó' en todos los estilos educativos que recibimos, ahora no se aconseja ni castigar ni premiar? Comencemos con los castigos. Cuando los niños reciben esta penitencia, generalmente suelen comportarse y sentirse, como alguna de estas cuatro opciones. Yo suelo hablar de las 4 R del castigo.
- Resentidos
Se enfadan, sienten que no es justo lo que les hemos hecho, y que no somos merecedores de su confianza, se sienten dolidos, y muy frustrados.
- Revancha
Saben que esta vez, hemos conseguido nuestro objetivo. Les hemos castigado y nos han hecho caso. Sin embargo, internamente, están pensando en la forma que podrán tomar venganza de la situación.
- Rebeldes
Hacen exactamente lo contrario a lo que les pedimos, para demostrarnos que no hace falta hacer lo que queremos, y que nuestra autoridad no les limita.
- Retraídos
En este caso, por un lado podemos encontrarnos ante un sentimiento de cobardía, que les llevará a plantearse que esto que les ha pasado, no volverá a suceder, y si hace falta mentir o engañarnos para ello, posiblemente lo harán. Y por otra parte podemos encontrarnos con una reducción de la autoestima. Esta última viene ligada a la sensación de haber actuado mal, de sentirse malas personas, y en consecuencia estarán creando una imagen negativa de ellos mismos.
Disciplina positiva: reflexionando desde el punto de vista de los padres
Para hacernos mejor a la idea hagamos el ejercicio de pensar en la última vez que alguien nos habló mal, recordemos qué sentimos en ese momento. ¿Nos dieron ganas de tener una buena respuesta, y de cooperar con lo que se nos decía?
O mejor, pensemos que un día llegamos al trabajo y nuestro jefe nos habla mal y utiliza palabras para demostrarnos que somos los culpables de un error cometido y nos sanciona enviándonos solos a trabajar a otro departamento de la empresa. Y si encima no fuera nuestra culpa, ¿cómo nos sentiríamos? O en el caso de que sí fuera nuestra culpa, ¿nos darían ganas de mejorar? Quizás sí, trabajaríamos más duro, con el miedo constante de perder nuestro trabajo; o lo haríamos para no sentirnos humillados y recibir la aprobación (nuestro premio) de nuestro jefe, aunque eso implicara mentir o engañar, a él o a otros compañeros...
Ahora pensemos en alguna vez que hayamos cometido un error, imaginemos (si no fue el caso) que nuestro jefe se sentó a nuestro lado, nos miró a los ojos y nos dijo: 'está vez salió mal y entiendo que te sientes mal por eso, pero tú eres un buen trabajador, yo sé que podrás resolverlo, yo estaré aquí para ayudarte y confío en ti'. ¿A que estas palabras si nos habrían inspirado? Seguramente habrían generado en nosotros más ganas de cooperar, de solucionar el problema y, sobre todo eso, nos habríamos sentido comprendidos y valorados por nuestro jefe.
En el caso de los niños es muy similar. Si ellos actúan esperando siempre un premio, el objetivo siempre será ese, cueste lo que cueste (mentiras, engaños, traiciones, etc.). No les estamos dejando ningún conocimiento acerca de por qué deberían comportarse de una manera u otra, ni siquiera estamos intentando entender el verdadero motivo de ese comportamiento, sino que simplemente nos limitamos a premiar o a castigar el comportamiento que no nos gusta a nosotros desde nuestra mirada de adultos. Y si resulta que ellos tienen muchas ganas de hacer algo, y saben que si lo hacen, les vamos a castigar, posiblemente terminen ingeniándoselas para hacerlo igual.
Siempre se ha tenido la idea de que cuando un niño se comporta mal, si lo castigamos y lo hacemos sentir peor, ese comportamiento mejorará, y hoy sabemos que no es así. Los niños cuando mejor se sienten, mejor se comportan. Además de que es necesario generar un aprendizaje a largo plazo, ya que, entre otras cuestiones, seguramente a nuestros hijos adolescentes del mañana, no podremos premiarles para que se coman toda la comida comprándoles unas golosinas o una muñequita, o castigarles cuando nos hablen mal, encerrándoles en la habitación.
Cómo lograr que tu hijo te haga caso y cumpla los límites
Para poder educar necesitamos guiar, enseñar y motivar, sin amenazar, sin imponer y sin mandar. La disciplina positiva nos enseña que la educación no funcionará, cuando los niños sienten miedo, ya que en esta circunstancia el cerebro infantil es incapaz de adquirir nuevos aprendizajes.
1. Motivar a los niños
Se trata de lograr que nuestros hijos entiendan lo que nosotros queremos, asimilen el porqué y nos hagan caso, sin coaccionar ni intentar que hagan lo que queremos, sino que la elección y la decisión sea tomada por ellos mismos. Para conseguir esta motivación tenemos que ser capaces de que ellos entiendan las razones que tenemos para pedirles determinado comportamiento. Si lo aceptan porque realmente lo entendieron, estamos generando un aprendizaje que podrán seguir utilizando en futuras ocasiones.
A veces es difícil explicarles determinadas cuestiones y pensamos que no tiene sentido hacerles entrar en razón porque son muy pequeños para entenderlo. Sin embargo, tomándonos el tiempo necesario, preocupándonos por ello y a veces poniéndole un poquito de creatividad, eso sí se puede llegar a conseguir.
2. Actuar con empatía
De esta manera podremos conectar con sus emociones e intentar comprender por qué nuestro hijo se ha comportado de la manera que lo ha hecho, para así poder actuar sobre lo que realmente importa, que no siempre es aquello que vemos.
[Leer +: Cuando un niño crece sin límites]
3. Demostrar nuestra gestión emocional como padres
Nosotros como adultos debemos tener un buen conocimiento de nuestras propias emociones, para poder gestionarlas. No se trata de reprimirlas, sino de hacer un uso sano de ellas, porque gracias a ello, podremos tomar mejores decisiones, además de que estaremos enseñando con nuestro ejemplo.
4. Educar sin reproches
Cuando los niños cometen un error seguramente aprenderán de ello. No servirán de nada frases como '¡te lo dije!', '¡yo te lo he avisado!', 'es tu merecido por no haberme hecho caso'. Focalicemos nuestra atención en resolver el problema y sobre todo a través de un lenguaje y una actitud más positiva, que no les haga sentir culpables y humillados.
5. Amabilidad y firmeza
A la hora de establecer límites, es muy importante transmitirlos de forma amable. No hace falta demostrar que tenemos autoridad, no hace falta hablarles mal para que nos entiendan. Podemos explicarles a nuestros hijos todo con un tono amable, podemos escuchar qué opinan ellos sobre ese tema, podemos restablecer los límites teniendo en cuenta la opinión que ellos nos dan. Pero es muy importante que una vez acordados, sean cumplidos y nos hagan caso.
6. Permitir a tu hijo aprender de su experiencia
También es importante considerar que hay situaciones en las cuales los niños, no son capaces de entender los motivos que les damos o simplemente no nos quieren escuchar. En ese caso, podríamos permitirles que aprendieran de su propia experiencia, porque de esa forma, podrán entender y asimilar las ideas, por sus propios medios y se valdrán de esa experiencia para el futuro.
Si el caso fuera, ante una situación en la cual existiera un peligro real para la integridad del niño, lógicamente, primará su protección y seguramente tendremos que imponernos para cuidarles, por más que de esa forma no estemos dejando ningún aprendizaje a largo plazo. Podremos explicarle sobre la situación en otro momento para ahí sí, generar el aprendizaje que necesitamos.
Recordemos siempre que todo lo que nuestros hijos aprenden hoy, será parte de la personalidad del adulto del futuro. Miremos qué enseñanza les brindamos y qué aprendizaje a largo plazo están adquiriendo, pensando si eso realmente es lo que quiero que forme parte de su vida el día de mañana.
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